miércoles, 30 de octubre de 2013

HoB: LA CAÍDA DEL AUTARKA (ACTO V)



Libro de Hob
Entrada del 28.04.2013. Era de La Bestia.
Escuché la voz de Bahal en HOB.




Dicen que soy un paranoico; que veo conspiraciones por todos sitios. Yo sé muy bien lo que digo. Los de Media Games no son lo que aparentan ser. El Virtual WarGame tampoco es el juego que todos creen: lo utilizan para esclavizar a la gente, para influir en su pensamiento y obligarles a matar a la gente sin que la culpa recaiga sobre ellos.


La partida que voy a postear a continuación es la prueba fehaciente de que lo que digo es cierto y no son las imaginaciones de un loco. Podréis juzgar por vosotros mismos.



Las montañas del Marrak estaban sumidas en un bochornoso ambiente caliginoso. Sus altas cumbres, las más altas de Nueva Pangea, por encima incluso del Monte Everus, rasgaban el velo de las nubes y se perdían en el cielo. Hacía miles de años que los sapiens habían dejado de poblar sus inhóspitas faldas. Ahora moraban en ellas las bestias, la especie dominante en el planeta.


Cientos de kilómetros de escarpadas montañas servían de cobijo a innumerables especies: Porkomínidos, el Homo Caprensis, el Rodentsis y el Lupensis; así como todo tipo de Antrópodos, como los Formínidos, los Skorpii o los Crabens. Pero en aquellas tierras dominaba el Homo Trollensis, una de las razas más brutales entre los Bestiae, junto al Ogris.


Los Trollensis carecen de inteligencia, son moles de músculos que responden con extremada violencia ante cualquier contradicción o inconveniente que se planteara a sus mentes obtusas. Lo mejor era llevarse bien con ellos o mantenerse lo más alejado posible de sus dominios.


Entre los Trollensis del Marrak destacaba uno por su particular rudeza en el gobierno de sus semejantes: el llamado WinsTroll el Irascible. Hacía falta bien poco para inflamar su cólera y provocar grandes penurias sobre el que osara contrariarlo. De este modo se imponía ante sus adversarios y ante quien pretendiera ocupar sus dominios.


WinsTroll se ocupaba a la productiva ganadería de los Megarácnidos de combate, una especie de capacidad destructiva que criaba su clan desde hacía tres generaciones. Los Megarácnidos eran bestias implacables del tamaño de un toroceronte, pero veloces como los Megafélidos de Eurasia. Al igual que los antrópodos, carecían de sentimientos, no conocían el miedo y nunca abandonaban el campo de batalla mientras pudieran realizar el postrer ataque. Su fortaleza y resistencia eran incomparables; podían permanecer largas temporadas sin alimentarse y su capacidad letal no mermaba un ápice. Acabar con uno solo de ellos era una tarea ardua, sus patas les conferían una capacidad de movimiento inigualable y debían perder casi todas para quedar inmovilizadas. Aún así, sus enemigos debían guardarse de su poderosa mordedura, la cual inoculaba un veneno paralizante que actuaba a los pocos segundos, dejándolos a su merced, ante una muerte despiadada.


Así de peligrosos eran los Megarácnidos, quien los empleaba tenía garantizada la victoria. Sería necesaria la fuerza de toda una tribu de Ogris enloquecidos de rabia para aplastar un ejército de esas bestias.


Y WinsTroll el Irascible poseía miles de ellos. Por esa razón se había hecho el amo de la región. Su fama llegaba hasta las selvas de Cong, en el Sur; y hasta el Desierto de las Chimeneas en ArHell, donde regía el metamorfo Hafar, dueño de un ejército de antrópodos que causaban incalculables desastres entre los sapiens del Medíter. El déspota Trollensis cobraba al resto de Bestiae un impuesto por la vida y no siempre se mostraba satisfecho con eso. Cuando a él le apetecía, lanzaba su ejército de Megarácnidos sobre ellos, sembrando la muerte, para dejar bien clara su supremacía.


Todas las Razas Bestiales de los alrededores le temían. Siempre buscaban la forma de agradarle, con dádivas varias, con oro, incluso con pepitas de Magia. Los Rodentsis de Nido Roddor, recién instalado en el Marrak, le proporcionaban sapiens para su diversión. Sin embargo, él se aburría demasiado rápido con ellos; eran frágiles y se morían en seguida de arrancarles los miembros. Los antrópodos le divertían mucho más, podía martirizarlos durante semanas sin que se afectaran por ello y todavía se mostraban pugnaces si te acercabas.


A WinsTroll pocas cosas le causaban interés a parte de su ganado. Vivía aislado, no le gustaban las visitas ni los vecinos, aunque fueran de su misma especie. Los Trollensis eran seres huraños y codiciosos que gustaban almacenar aquello que les llamaba la atención. En su caso eran los caleidoscopios de cuarzo, los cuales contemplaba embelesado durante horas, mientras sus Megarácinos pacían en las montañas.


Esa nubosa mañana se encontraba ensimismado con su caleidoscopio favorito, uno fabricado por los dwergos de Castra Semporium, que producía rutilantes colores y despertaba oníricas sensaciones en su mente. Lo giraba y lo giraba, emitiendo estentóreas risotadas, en tanto los fragmentos de cuarzo de diferentes colores cambiaban a nuevas formas evocadoras. Ya se había olvidado de la promesa de aquel rodent plañidero y adulador de Roddor, quien le había mandado a sus esbirros para transmitirle la noticia de que a lo largo de aquel día le harían obsequio de una hembra sapiens para su deleite personal.


Después de merendarse a dos de ellos y escupir sus desaboridos huesos, los despachó de vuelta al nido y se entregó a su labor cotidiana, en la plácida tranquilidad de sus montañas, junto a su adorado ganado, que no producía más ruido que el sus mandíbulas triturando huesos al engullir apestosos porkos.


-¡Ja, ja! ¡Ja, ja, ja!- reía de forma estulta mientras daba vueltas al tubo de metal. Los destellos de cristal le producían cosquillas en sus enormes ojos.


El troll era un inmenso ejemplar de cuatro metros de altura con la piel grisácea como la Galena e igual de dura. De las vértebras de la espina dorsal y de los hombros le nacían unas crestas óseas, gruesas y robustas que le conferían una apariencia indestructible. Sus brazos, alargados hasta el suelo, terminaban en unas desmesuradas manazas con las que podría estrangular un mamutte sin problemas. Las facciones de su rostro bestial habían perdido toda semblanza con las humanas, al contrario de los Ogris, que aún las conservaban, aunque deformadas; la nariz era inexistente, solo dos orificios para respirar en un morro chato, hendido por una cavernosa boca de colmillos turgentes; y los ojos eran dos esferas crueles que destellaban con pupilas amarillas, colmadas de maldad.


Se hallaba sentado sobre un risco, entretenido con el juguete de los dwergos, mientras que su rebaño de Megarácnidos se extendía a sus pies. Resultaba aterrador contemplar a miles de aquellas bestias desplazándose ociosamente por la ladera, bajo los nubarrones que tamizaban la escasa luz solar, sin apenas producir sonidos. El amarillo y negro de sus cuerpos peludos resaltaba frente a los agrestes tonos de las montañas como infernales flores.


De pronto una voz estruendosa tronó en su diminuta cabeza de frente prominente:


-WinsTroll, escúchame...


-¿Eh?- se golpeó la sien al sentir la invasión- ¿Quién eres?- bramó con exasperación.


“Debes obedecerme” siguió hablando la voz, ignorando su pregunta.


No conocía el poseedor de esa voz pero sí la reconocía, ya la había escuchado antes. Una vez le había ordenado que lanzara sus Megarácnidos contra las tropas del metamorfo Hafar, el Mantis, que intentaban asolar Nido Roddor. También le había disuadido la vez que intentó abastecerse de rodents porque estaba escaso de reservas para su ganado. Ambas con idéntico resultado: un recalcitrante dolor que hacía estallar su cabeza.


-¡No!- rugió colérico- ¡Esta vez no cumpliré tu voluntad!


El castigo fue inmediato, pareció que un rayo atravesaba su mente con su descarga y le paralizaba el cuerpo. Preso de un indecible dolor cayó por el suelo y rodó unos metros. Quería arrancarse la cabeza con tal de que parara.


Los Megarácnidos reaccionaron con prontitud y se agolparon a su alrededor, aquilatando sus posibilidades. Si su amo mostraba la mínima debilidad lo devorarían sin compasión.


“Dirígete a Nido Roddor con tus fuerzas, allí necesitan tu ayuda”


-¿Por qué iba yo a prest...Ahhggg!


“Mata al Autarka. Ha profanado mi reino”.


-¿El Autarka? ¿Quién es ése?


El intenso dolor debilitó su presión.


“¡Mata al Autarka! ¡Mata, mata, mata!”. Recibió como única respuesta. La última palabra se repitió como un eco sin fin en su mente hasta producirle locura.


-¡Lo haré, lo haré!- cedió al final, cerca del deliro-. Mataré a ese maldito Autarka para que me dejes tranquilo de una vez.


Entonces una imagen precisa de un sapiens colosal y una chica se implantó en su cerebro.


A la luz diurna el aspecto del Autarka era más estremecedor que en el túnel. La melena desaliñada y la barba desgreñada estaban cubiertas de cuajarones de sangre reciente, de igual modo que sus ropajes de cuero, con antiguos desgarrones cosidos de forma burda y otros nuevos que se sumaban al desastre. Del cinto colgaban dos siniestras pistolas sónicas, de fabricación dwerga; al lado pendían sus puñales de magiacero, largos para un humano común, pero pequeños para su gigantesca figura. Sobre la harapienta almilla cruzaba un arnés con el que sujetaba, por delante, otras dos pistolas, modelo Ray-Brand de cañón largo, y por detrás un par de hachas con runas de Magia, que ahora permanecían apagadas.


Justine caminaba a su zaga, sin poder contener un escalofrío cada vez que lo miraba. Su hedor se emparejaba con su suciedad. El Autarka no le dirigió la palabra en todo el rato, como si ella no estuviera, ignorando sus preguntas, mientras caminaba con la vista clavada al frente a grandes trancos que ella seguía con denodada dificultad. Tenía prisa por llegar a Pitya, como si le estuvieran esperando en otro lugar. O como si temiera algo.

martes, 29 de octubre de 2013

EL JUICIO FINAL NO PARA

Hola amig@s.


Seguimos como cada martes con nuestro serial protagonizado por los agentes secretos más steampunk del Imperio Británico, Patrick Steed y Asa Ishikawa. Ya nos vamos acercando al final de la aventura, la próxima semana publicaremos el último capítulo. Pero este no es el final definitivo, Patrick Steed y Asa Ishikawa volverán en no mucho tiempo, prometido.





Y una gran noticia. Desde hace unos días ya vuelve a estar disponible La Máquina del Juicio Final, después de que se agotara la primera tirada. Esta novela es el primer volumen de las aventuras de Steed & Ishikawa y se sitúa cronológicamente antes de los sucesos que se narran en el serial. Si estás interesado en la novela, la puedes encontrar aquí sin gastos de envío si vives en España.





En lo referente a novedades relativas al libro, es un placer anunciaros que La Máquina del Juicio Final y un servidor vamos a estar presentes en el próximo Festival del Manga de Las Palmas los próximos 8, 9 y 10 de noviembre. Vamos a estar en un pequeño stand en el que pretendemos presentar y promocionar la labor de Dlorean Ediciones, allí os espero si vais a estar por la isla.





No os olvidéis que el 29 de Noviembre haremos la presentación de La Máquina del Juicio Final y Soldado de Fortuna de Alexis Brito Delgado en la Librería Sueños de Papel, también en Las Palmas de Gran Canaria.


Para despedirme, quiero agradecer el buen recibimiento que ha tenido la novela. Esto me carga muchísimo las pilas para seguir con las aventuras de Patrick Steed y Asa Ishikawa, que no se quedarán aquí. Tendremos una pequeña pausa editorial cuando termine de publicarse el serial la semana próxima, pero os aseguro que no pasará mucho tiempo antes de que volváis a saber de la pareja más letal de la Reina Victoria.


Hoy más que nunca... Hasta pronto.

jueves, 24 de octubre de 2013

HoB: LA CAÍDA DEL AUTARKA (ACTO IV)



Alcé ambas pistolas, apunté al frente y disparé. Las ondas de choque que generaban aquellas armas reventaron al instante a los dos primeros rodents que se aproximaban, originando una repulsiva nube de sangre y entrañas por la cual crucé a toda velocidad, disparando de nuevo. Más sangre y despojos se adhirieron a mi rostro y ropaje. Tuve que enjugarme el líquido viscoso que se deslizaba por mis cejas, en dirección a los ojos.


Ese segundo de distracción bastó para que otros dos rodents se echaran sobre mí. Lo estrecho del túnel impedía que se alinearan más. Era una ventaja para mí. La punta de la espada del primero lamió mi carne; al segundó le disparé a boca de jarro con la sónica y lo convertí en partículas enrojecidas.


―¿Te gusta su sabor?― al que me hirió le aplasté los sesos con la culata, mientras que me deshacía de la siguiente pareja con la otra pistola.


La emoción del combate me proporcionaba un delicioso bienestar. Era un verdadero placer segar sus inmundas vidas. ¿A cuántos más habría de matar ese día? Esperaba que a muchos.


Los rodents se replegaron ante la potencia de mis pistolas sónicas. Se alejaban profiriendo aterrados chillidos, vociferando en su malsonante lengua. Segundos después me quedé solo en el pasadizo, empapado de su hedionda sangre. No me importaba era sugestivo notarla en mí.


Enfundé las pistolas y continué por donde habían decrecido los chillidos de alerta. Un sentimiento trepidante me invadió al pensar que a partir de ahí me tenderían, sin duda, una celada, tan propia de su raza. Esbozando una sonrisa me apresuré a recibirlos con mis puñales de magiacero; irrompibles, afilados y inmisericordes. No era lo más indicado para la escaramuza que se presentaba pero eran perfectos para apreciar cómo se abría la carne de mis enemigos, que era lo que en realidad buscaba.


Aprovecharon un cruce para saltar en número indeterminado sobre mí. A pesar de mis reflejos de felino no pude evitar que me volvieran a herir; esta vez en la pierna y en la parte baja de la espalda. Emití un furioso grito, no por el dolor, por la locura del combate, que cada vez se apoderaba más de mi ser, tornándolo todo rojo en derredor mío.


Más aceros mordieron mi cuerpo. El escozor de la sangre me llenó de gozo. Mis puñales viajaron de un cuerpo a otro con una celeridad letal. Los rodents caían con profundos tajos, abiertos en canal, eviscerados. La celada terminó en pocos segundos con un resultado obvio: todos los rodents retorciéndose a mis pies, emitiendo lastimeros gemidos que alimentaron mi alma.


―Siguiente asalto― clamé, poseído por la ira.


Empezaba a sentir debilidad por la pérdida de sangre. No me importaba; adoraba esa sensación. Hasta que no pudiera avanzar no tomaría una ampolla revitalizante que portaba conmigo. Hasta entonces las oleadas de dolor inspirarían mis pasos y aguzarían mis reflejos.


Los rodents no se darían por vencidos. Con cualquier otro se habrían escabullido tras varias intentonas infructuosas, pero conmigo no se arriesgarían a que les siguiera hasta el nido, cosa que pretendía para perpetrar una verdadera masacre de esas bestias. Lo volverían a intentar y esta vez atacarían con frenética desesperación.


―¡Vamos, venid a por mí!― les provocaba, enardecido por el aroma de la sangre.


Escuché un leve revuelo. “Allí están otra vez”. Aferré con fuerza mis cuchillos, disfrutando de las oleadas de emoción que me sacudían.


Tenían que encontrarse cerca porque el suelo temblaba bajo mis pies.


―Se traen algo grande y pesado con ellos― murmuré entre dientes, excitado sobremanera―, ¿de qué se tratara, de un dinorodent? Esperemos a ver con qué me sorprenden. A lo mejor hasta causan mi muerte. ¡Oh, sí, ésa sí sería una muerte digna, perecer de modo atroz entre los colmillos de esa bestia!


La respuesta a mi ansiedad no se hizo esperar, si bien tuve que pugnar con varios rodents antes. Querían distraerme para que su animal de ataque me cogiera desprevenido. Paré un par de estocadas y me hice a un lado, trazando un arco con la mano derecha. El puñal silbó y el atacante se derrumbó con un gorgoteo.


Sin embargo no pude parar la punzada de una espada que venía por detrás; el acero atravesó mi costado con su gélida mordedura y al salir un estallido extasiado recorrió mi interior. Caí sobre una rodilla en tanto mis atacantes hundían sus espadas en varios puntos de mi fisonomía. El dolor más dulce que se pueda conocer palpitaba en las múltiples heridas. El vigor escapaba en indescriptibles chorros de placer junto con la sangre.


No estaba asustado. Estaba pletórico: eso es lo que había ido a buscar y lo estaba obteniendo a raudales en medio de una pelea justa, como corresponde a un verdadero guerrero. Sin perder el aplomo así una de las ampollas de vitalidad y bebí el líquido reparador sin dejar de contemplar a la gigantesca criatura que se aproximaba con implacable silencio.


Casi no cabía en el corredor, sus placas superiores rasgaban la roca, desmenuzándola como si fuera arena. Era una bestia metamórfica desconocida para mí, que me había enfrentado a toda clase de horrores. De lo que podía discernir, tenía un cuerpo oblongo, protegido por segmentos acorazados de magiacero. Sobre la diminuta cabeza de insecto sobresalían dos cuernos afilados; tenía dos brazos humanos en lugar de patas anteriores y sus ojos sin pupilas me devoraban con impávida expresividad. Sería un adversario duro de matar: justo a mi medida.


Los rodents se reían de modo ruin ante la expectativa de una matanza, dando por sentado que aquella criatura me destrozaría en un santiamén.


―¡Un glorioso día el de hoy!― exclamé, embargado por el más jubiloso regocijo.


Las punzadas de dolor me proporcionaban el estado de euforia que necesitaba. El líquido a base de Magia me había curado las heridas mortales y volvía a sentir un torrente de energía dentro de mí.


―¡No os alegraréis tanto cuando despiece a vuestro amigo!― rugí con furor, abalanzándome ciegamente sobre la bestia.


Podría haber hecho uso de las pistolas, pero eso hubiera sido poco deportivo por mi parte. Aquello era un duelo de iguales, él con sus cuernos y sus garras, y yo con mis puñales y mi astucia.


El insecto metamórfico se irguió sobre sus múltiples patas posteriores y se aprestó a recibir mi envite. Corneó el aire con una velocidad pasmosa cuando intenté hundir el filo del cuchillo en sus partes desprotegidas. El aire acarició mi rostro; por cuestión de milímetros no me había empitonado.


Cambié de estrategia y retrocedí unos pasos para evitar un zarpazo. De nuevo sentí la caricia del aire cerca de mí. Su corpulencia no desmerecía su velocidad. Estaba ante un peligroso oponente. Me agaché de nuevo y le arrojé un cuchillo a la cabeza. El puñal falló su blanco pero se incrustó un poco más abajo, en el cuerpo alargado desde donde nacían las placas de magiacero.


La bestia emitió algo parecido a un bramido y, para mi estupor, desapareció de mi vista, excavando a gran velocidad en el suelo. Por unos segundos me quedé desconcertado. Algo me decía que aquello no era una huida. Me puse en tensión, alerta a cualquier movimiento.


―¡Arrgg!― grité cuando una saeta fue a clavarse en mi hombro.


Los muy cobardes de los rodents no habían dudado en aprovechar la circunstancia.


Me pegué a una pared a tiempo de esquivar tres proyectiles más.


―¿Por qué no os acercáis que pueda aplastaros con mis propias manos?― les reté, persa de incontenible furia, el estado de mi epifanía.


Había llegado el momento de recurrir a las hachas de Porko. El brazo izquierdo se me había quedado inutilizado por culpa de la saeta. Así que solo blandiría una de ellas. No me pareció justo volver a beber el elixir tan pronto; el dolor todavía no me hacía delirar de goce, me gustaba mantenerlo ahí durante el máximo tiempo posible.


En cuanto sujeté el mango del hacha, las runas de Magia se encendieron y comenzaron a brillar. El pasadizo se iluminó a poco, revelando las entecas figuras de los rodents, que se encogían atemorizadas ante el poder de la Magia. Uno de ellos, un rodent de aspecto mezquino, aferraba a la chica que había ido a rescatar. Por lo que pude apreciar, era una moza hermosa y lozana, no me extraña que el joven enloqueciera ante su pérdida. Lástima que a mí no me interesaran esas cosas, de lo contrario se la habría arrebatado a ellos para apropiármela yo.


Una vibración del suelo me anunció por dónde surgiría la bestia acorazada. Un arma convencional no produciría ni un rasguño en ella, pero con el Hacha de Porko tenía grandes posibilidades de triunfo. Debía asestar el golpe fatal en la parte baja de su cuerpo.


De repente el insecto excavador emergió de la tierra, muy cerca de mí. Es lo que había estado esperando, mi momento de mayor emoción. La sangre golpeaba mis sienes, las heridas me torturaban de modo indecible, me aportaban vida. Antes de que acabara de surgir del suelo me planté bajo la criatura y golpeé con toda mi furia. El hacha describió un arco, seguido de la ígnea estela que generaban sus runas; el fulgor que originaba reveló todo el instante con minucioso detalle.


La terrible hoja hendió su corteza de quitin;, la carne se escindió hasta que penetró en sus entrañas; su sangre verdosa roció mi cara y mi cuerpo y formó charcos en el suelo. A los berridos de horror de los rodents, totalmente conmocionados, se sumó mi alarido de rabia y el barritar del insecto, al que volví a hundir el hacha. El fuego de las runas produjo un estallido en su interior, la bestia se convulsionó y ambos salimos despedidos en direcciones opuestas. Pero ella convertida en un amasijo calcinado y humeante.


―¡Toma, quédatela!― masculló el rodent esmirriado que retenía a la chica antes de desaparecer en las tinieblas.


La chica estaba aturdida del horror soportado pero yo me acerqué a ella con sumo cuidado.


―No temas, me envía tu querido novio― le dije con sarcasmo.


No la merecía si no podía cuidar de ella. Pero en el fondo eso a mí me daba igual, yo también había obtenido lo que quería.


¡Game Over!

¡Congratulations, Autarka!

domingo, 20 de octubre de 2013

DESPUÉS DEL JUICIO FINAL

Hola otra vez, amig@s.


He intentado no torturaros mucho con lo de mi libro de La Máquina del Juicio Final para no convertir el blog en un monográfico. Pero creo que a estas alturas se han producido unas cuantas noticias y novedades que me gustaría compartir con vosotr@s. O dicho de otra manera, siempre hay sitio para el autobombo.


Comenzamos la andadura en la presentación el pasado 28 de Septiembre en la Librería Estudio en Escarlata de Madrid. Allí estuve excelentemente acompañado por Pako Domínguez y Juan Antonio Lucas, los jefazos de Dlorean Ediciones (y sin embargo amigos), y de mi compañero de fatigas en el Universo de Crónicas Ucrónicas, Néstor Allende. Aprovecho para agradecer a tod@s los que se pasaron por la presentación su presencia allí. Pasé un rato delicioso con un grupo entregado. Y lo mejor de todo, me dio la oportunidad de conocer a gente maravillosa. Quiero hacer una especial mención a Carlos Díaz Maroto, con el que voy a compartir trabajo en el inminente proyecto sobre Cazadores de Vampiros. También a Eduardo Vaquerizo, el indiscutible número uno del steampunk hispano, que está entre los grandes del género con su indispensable Crónica de Tinieblas. Con quién voy a tener el honor, el placer y la responsabilidad de colaborar en un apasionante proyecto del que os hablaré en breve y que va a partir la pana...ya lo veréis.




Bucólicas escenas pertenecientes al día de la presentación en Madrid 


Después de la presentación nos lanzamos a la última y definitiva prueba, el público. Por el momento la respuesta ha sido bastante buena, teniendo en cuenta que no somos la Editorial Planeta y que jugamos en una liga más modestita. Hasta tal punto ha sido así, que hemos agotado la primera tirada en apenas dos semanas. Ahora mismo la novela no se encuentra disponible en la web de la Dlorean Ediciones, pero espero que a lo largo de esta semana que ahora empieza pueda anunciaros que ya está a la venta de nuevo. Aunque es posible que aún se pueda conseguir algún ejemplar en Estudio en Escarlata, cyberdark y algunas otras librerías. Sé de muy buena tinta que Juanma Cañada Aguilera tiene en su poder un alijo de libros que pondrá a la venta en el Festival de Cómic Europeo de Úbeda y Baeza.






La recepción ha sido muy buena y hasta el momento las críticas la califican como lo que es y como lo que pretendía que fuese. Una novela de aventuras sin más pretensiones que entretener y ofrecer un rato de sana evasión, con una estética steampunk bastante marcada. Como de muestra bien vale un botón, ahí os dejo dos ejemplos. Os animo a dar vuestra opinión, incluso aunque sea buena.


- Reseña de La Máquina del Juicio Final en Perdidos en Tóferson


- Reseña de La Máquina del Juicio Final en MundoSteampunk


El próximo 29 de Noviembre celebraremos una doble presentación en la Librería Sueños de Papel en Las Palmas de Gran Canaria. Algo con lo que estoy especialmente contento, ya que se trata de mi ciudad natal y de residencia, así que voy a poder estar acompañado de un buen montón de amig@s y seres queridos. Si además lo unimos a que mi amiguete Alexis Brito estará también presentando su libro Soldado de Fortuna, no se puede pedir mejor compañía. Presiento que va a ser un día grandioso, si vas a estar en Las Palmas ese día, no dejes de pasarte por allí.





El 29 de Noviembre, presentación en la Librería Sueños de Papel en Las Palmas de Soldado de Fortuna y La Máquina del Juicio Final. ¡Estáis invitad@s!




En lo referente a cuestiones de futuro todavía es demasiado pronto para hablar. Lo que sí puedo garantizar desde ya mismo es que las aventuras de Patrick Steed y Asa Ishikawa nacen con vocación de continuidad. En cuanto termine unos proyectos pendientes, en un mes aproximadamente, deseo enfrascarme de nuevo al 100% en la continuación de la saga de estos letales agentes secretos del Buró del Servicio Secreto Británico. Dentro de no mucho llegara... La Hora del Escorpión.





Os recuerdo que podéis leer de manera totalmente gratuita el serial que publica cada martes Dlorean Ediciones en su blog. Es una excelente y económica manera de conocer a los personajes. El serial se sitúa cronológicamente después de lo que se narra en la novela, pero no es ni mucho menos imprescindible haberla leído para la comprensión de la trama. Si habéis leído la novela os recomiendo muy mucho que continuéis con la del serial (no tenéis excusa, es gratis), porque creo que tendréis un nuevo nivel de lectura y apreciaréis las referencias a la historia principal que en él se citan.





Portadas de Jose Baixauli




Ya solo me queda despedirme y daros las gracias por el magnífico recibimiento que habéis prodigado a La Máquina del Juicio Final. Estoy entre entusiasmado y abrumado. Vuestro apoyo es el combustible con el que funciono, y puedo aseguraros que tengo energía para rato con lo que estoy recibiendo.


Muchas, muchas, muchas gracias de todo corazón.


...Casi se me olvida, no dejéis de visitar la página en facebook de La Máquina del Juicio Final


miércoles, 16 de octubre de 2013

HoB: LA CAÍDA DEL AUTARKA (ACTO III)

No es justo que un personaje de alto rango se enfrente a personajes menores. Así es muy fácil sobrevivir en HOB y labrarse una fama inmerecida. Los jugadores OmniNivel deben luchar contra los jugadores OnmiNivel. Es una cuestión de honor. Deberían cambiar las normas del juego para que esto no se vuelva a repetir y no hayan más perjudicados por esta desigualdad como lo he sido yo.


Lo mismo está sucediendo con el asqueroso Dinorodent de Zashkrod, Bulbar el Sanguinario. Es un asesino contratado por la empresa para cargarse al mayor número posible de jugadores y que así tengan que comprar nuevos jugadores. Es una sucia argucia por parte de la empresa para enriquecerse, en detrimento de todos nosotros. Lo encuentro de lo más deshonesto y rastrero, por eso lo denuncio. Pienso elevar la queja a instancias del consejo, donde ya he mencionado que tengo un familiar.


Ese desgraciado era una mole poderosísima que barrió a mis guerreros sin esfuerzo. No solo me arrebató el presente que iba a entregar al Trollensis, sino que además terminó con Cuca de forma vergonzosa. Luego se largó con la mascotte hembra y me dejó con las manos vacías.


¿Ahora qué iba a hacer yo, pobre desdichado, sin la hembra sapiens, que iba a despertar la ira de WinsTroll por este terrible descalabro? ¡Arrasaría sin compasión mi nido con sus Megarácnidos y no quedaría ni los pellejos de nosotros, oh, infelices!


Todo por culpa de ese entrometido de Autarka, que había metido las narices donde no debía.


-¡Oh, todopoderoso Rodent, escucha la plegaria de tu hijo predilecto y evítame el oprobio de perecer bajo la cólera del Trollensis. Influye con tu voluntad sobre él para descargue sus iras contra el verdadero causante de este infortunio, el Autarka, que se ha mofado de nuestra estirpe y ha osado ridiculizar a tu más abnegado siervo. Cumple, ésta, mi veleidad, y yo te prometo que pondré bajo tus plantas a los odiados sapiens para que te adoren como su único dios y señor!



Libro de Hob


Entrada del 27.04.1378, Era de La Bestia.


Otro post del Autarka: Yo rescaté a la chica de los Rodents.


Me llamo Aquileo Vryzas. Vivo para la batalla. Mis proezas han dado la vuelta a Nueva Pangea. Soy el más temido de las bestias y el más odiado de los héroes; pero eso es algo que me causa profunda indiferencia. Solo me interesa matar, la incomparable emoción de quitarle la vida al enemigo en el campo de batalla. No me importa si para ello he de experimentar los más atroces sufrimientos; el dolor es un placer exquisito solo al alcance de unos pocos.


En la vida anterior era un asesino a sueldo para los principales países europeos. Mataba por encargo, silenciaba a los inoportunos; no había misión que no aceptara, por muy sangrienta que fuera. Pero cuando dejé de serles útil, me consideraron un peligro público y me encerraron de por vida. Creyeron que así dejaría de matar.


Nunca imaginaron que podría desdoblarme de esta envoltura carnal y transmigrar mi alma a otro lugar donde proporcionarme tan sublime sensación. Ahora ya no necesito mi anterior cuerpo, que se marchita con el incesante andar del tiempo, he encontrado un lugar donde soy inmortal. No importan las veces que acaben con mi envoltura, ni las terribles muertes que me acaezcan, siempre regreso con el mismo ímpetu. Nada puede frenarme.


Soy un guerrero virtual de Héroe o Bestia.


En HOB se me conoce como el Autarka. Yo me he hecho a mí mismo, no necesito a nadie, no tengo amigos, aliados o socios; solo enemigos. Así es como me gusta vivir. Desdeño a los theosianos, a los lupercanos y siento no menos desprecio por las tropas del primarcado. ¡Débiles alfeñiques, temerosos de la muerte! Un guerrero debe vivir como si ya estuviera muerto.


El dolor y la violencia son para mí como el aire para ellos, si quieres encontrarme, búscame allí donde más encarnizada sea la lucha. Pero no pidas mi ayuda, ni intentes comprarme; tus miserias no significan nada para mí. Si aparezco es para matar.


Me produjo una risa tremenda que raptaran a aquella pobre muchacha. ¡Qué lástima, los tortolitos buscaban un lugar donde besuquearse y les amargaron la fiesta! Eso es lo que pasa por querer hacer el papel de Héroe que no corresponde.


Cuando recibí el patético mensaje de aquel mequetrefe me asaltó una intensa y satisfactoria visión de muerte. Por unos gratos instantes imaginé a decenas de rodents sucumbiendo ante mis armas. A ver qué clase de heridas eran capaces de infligirme aquellas ratas esmirriadas.


El colmo del humor me sobrevino después de comprometerme en firme a realizar el trabajo de rescate. Me envió un enternecedor mensaje de agradecimiento, que probablemente contendría afectadas palabras y promesas que nunca cumpliría. Por supuesto, mandé el mensaje a la papelera de reciclaje sin leer su contenido. Lo último que necesitaba era a un bisoño a mi lado para entorpecerme la labor. ¡Yo lucho solo! Aquello no se trataba de bonhomía ni filantropía; era algo de una naturaleza mucho más voluptuosa: el placer de matar.


Desde esta celda desde la que dicto al Transcriptor, os narraré la historia que estáis deseando oír, de cómo salvé a la chica de los rodents.


Me preparé para el salto. Es un ritual que debo hacer de modo concienzudo: respirar hondo, apaciguar mi sed de sangre y dolor, centrarme en el objetivo y repartir mis energías.


Conecté el Tablet-H vaciando mis pulmones. La adrenalina surcaba mis venas, el corazón pugnaba por desbocarse. Es tan intensa esa primera muerte, notar cómo su vida se apaga mientras que la tuya se fortalece.


-Insertar misión- ordené a la tableta-: Rescatar a Justine de Valois de las garras de los rodents.


Recité los detalles concernientes a localización, antecedentes, historial para establecer el momento y el lugar precisos para el salto.


-Armas.


Se abrió un cuadro con todas las armas que había ido almacenando durante mis victorias y las que el capricho me había dictado. Con la inmensa fortuna que amasé con mis trabajos antes de que me encerraran en esta prisión espacio temporal, podía comprar todo aquello que se me antojara: Magia para aumentar el nivel de mi personaje, armas de magiacero, energía vital para reponerme de las heridas y no perder el personaje con una muerte fortuita. Aunque eso en el fondo me daba igual, el refinado placer que esconde una muerte agoniosa merece la pena el desembolsó que debo efectuar para reemplazarlo por uno similar.


Dudaba qué armas escoger; quizás el montante de Von Lieber, o las hachas de Porko, o mejor la terrible maza de Snug. No para ese trabajo mejor algo pequeño que me permita utilizarlo en espacios estrechos. ¿Pistola sónica o Ray-Brand? Creo que las dos. Y abundante munición para masacrar a todo el nido.


Al final decidí con gran entusiasmo portar un par de pistolas para la incursión y las hachas de Porko para cuando cayeran en tromba sobre mí. Las hachas de Porko están grabadas con runas de Magia y son devastadoras cuando entran en ignición.


Además me cargué con varias ampollas de Vida para los contratiempos, con esos rodents traicioneros nunca se sabe; siempre pueden sorprenderte con algún tipo de intriga o alianza inesperada. En último lugar, por si la ocasión se tornaba desesperada, escogí dos piedras de Magia cristalizada para aumentar de nivel de forma drástica.


¡No quedaría ni rastro de esas miserables ratas!


Bien, ya lo tenía todo listo para el salto. Normalmente los jugadores se encomiendan a su dios favorito, yo me encomendé a mí mismo y, tras colocarme en el catre con el reproductor en los ojos, pulsé el botón de salto:


Enter.


Podía olfatear su pestilente almizcle a centenares de metros. El estrecho pasadizo estaba completamente impregnado de él. Quizás me atrevería a decir que se torna embriagador cuando lo secretan junto a su último estertor; entonces se convierte en delicioso perfume para mi olfato.


El corredor era demasiado angosto para contener mi descomunal talla. Mi cabeza sentía en ocasiones la superficie fría de la roca. Detesto tener que bajar la cabeza aunque sea para atravesar espacios bajos. Las hachas repiqueteaban en mis espaldas sobre la almilla de cuero en consonancia con los puñales de magiacero y las pistolas. Habitualmente prescindía de las armaduras; eran para los inseguros. Además restaban movilidad y robaban energías con su excesivo peso. Para aquella misión tan sencilla hubiera sido un agravio a mi dignidad.


El tintineo metálico precedía mis pasos con su musicalidad. No me importaba alertar a mis presas. Atacar por la espalda y amagado en la oscuridad no era mi estilo; yo prefería el ataque frontal, anunciando mi llegada.


Después de tomar varios recodos por aquel laberinto hediondo capté sus agudos chillidos. Sabían que alguien les perseguía y acudían a mí en tropel, destellando sus rojizos ojos en la penumbra. Los filos de las espadas lanzaban reflejos tenues con la precipitada carrera.


¡Había llegado el momento! La emoción recubrió con una bruma carmesí mis ojos. Sin detener el paso desenfundé el primer par de pistolas que había traído: las sónicas. De momento no quería producir más ruido del necesario. Si averiguaban con quién se las tenían, de seguro que huirían a toda prisa.


Aunque, pensándolo bien, cuantas más dificultades opusieran, mejor; más atractiva sería la caza.

...CONTINUARÁ

miércoles, 9 de octubre de 2013

HoB: LA CAÍDA DEL AUTARKA (ACTO II)



―¡Justine!― bramé desesperado, asestando tajos a derecha e izquierda con todo el furor de mi ser.

Mi espada aplastó cráneos, desparramó sesos y vísceras en su tonada de muerte. Pero ellos eran muchos. Uno caía, después otro, y otro, mientras la voz angustiada de Justine se perdía en la oscuridad. Una espada encontró mi piel y la hendió. Caí de rodillas; el dolor me torturaba. Asesté otro tajo: alcancé a otro rodent, que pereció chillando como la rata que era.

Comencé a ver una luz al fondo del túnel. ¿Eran mis compañeros que acudían en nuestro socorro? Dos espadas más se hundieron en mi cuerpo; ya no sentía dolor alguno. Una extraña frialdad me invadió, aportándome un cierto bienestar. Todavía le quité la vida a dos criaturas más en un desmañado revés. La luz se hacía más intensa.

“Se acerca la muerte” pensé en el último momento, al distinguir a Theos al otro lado.

Me dirigí hacia la cegadora luz; el dolor se había extinguido; los rodents también. Más allá me esperaba el ser que había visto en mis sueños.

―Lo siento, Justine― fue lo último que dije antes de que la claridad me engullera...


¡Game Over!

¡Try Again!

En cuanto recuperé la consciencia en La Tierra me levanté de la cama y me aseguré que Teresa estuviera todavía jugando en HOB. Efectivamente, permanecía tumbada a mi lado.

―Bien― me dije―, aún tienes tiempo, si te das prisa, todavía la puedes salvar.

No me alteré, estaba acostumbrado a situaciones de premura desde mis tiempos de militar.

Cogí el H-Tab de la mesilla y dije en voz alta:

―Marcación por voz.

El H-Tab se activó y desplegó la pantalla holográfica. Lo tenía configurado para que la Web de HOB se conectara al iniciar sesión. En el centro de la habitación apareció el cráneo de Bahal flotando en el aire.

―Buscador― cité el comando. Instantáneamente se abrió un recuadro esperando a ser rellenado―: Justine de Valois.

En cuanto pronuncié el nombre las imágenes de la holopantalla se fundieron en negro y, un segundo después, me hallaba viendo la partida de mi mujer, que había sido capturada por los rodents gracias a mi temeridad.

Se distinguía un oscuro corredor de piedra sin apenas iluminación. Un conjunto de sombras avanzaban por él, arrastrando a una bella muchacha: ¡Justine!

―Zoom al rostro― ordené.

Se hizo una ampliación hasta que pude observar su cara con todo detalle. No parecía que la hubieran lastimado. Respiré tranquilo.

Tenía pocas opciones. No podía volver a saltar a HOB con mi personaje porque lo habían matado esas ratas. Tampoco podía comprarme uno de nivel suficiente como para rescatarla de sus garras. Lo único que se me ocurría era cederle la poca vida que me quedaba, pues mis puntos se habían reducido a la mitad. Decidí que eso era lo mejor.

No tenía tiempo que perder. Luego tendría que acudir al foro a solicitar la ayuda de alguna alma caritativa que quisiera programarse una misión de rescate en mi nombre.

―Búsqueda paralela: Usuario 29 43 07― dije. Se abrió otra ventana en el aire, al lado de la principal que ofrecía la partida por terminar de Justine. Apareció mi perfil en HOB, con todo mi historial detallado. Me quedaban ciento sesenta mil puntos―. Bien, con eso me aseguraré de que aguante algún tiempo y se pueda defender.

Eché un vistazo a la otra pantalla. Los rodents estaban tomando una bifurcación que se internaba en las entrañas de la tierra. De momento ella estaba bien.

―Transferencia de Puntos a Personaje Justine de Valois― recité.

“Confirmación de transferencia. ¿Desea continuar?” preguntó una voz maquinal.

―Sí.

―Transferencia confirmada, gracias por su donación Usuario 29 43 07”.

Los puntos de Justine, en la pantalla grande, corrieron por el marcador. Apareció el icono de un corazón que indicaba el regalo de puntos de otro jugador.

―Ventana paralela― pronuncié sin perder tiempo. Ahora no podía prestar atención a esas cosas. La vida de mi amor estaba en serias dificultades y dependía solo de mí―: Foro de Jugadores de HOB. Abrir nuevo tema, marcación por voz.

Conforme yo hablaba, el texto se escribía a la vez:

“S.O.S. Dama en peligro, capturada por los rodents. Se solicitan voluntarios para un rescate de alto riesgo. Personaje: Justine de Valois. No puedo ofrecer recompensa, solo nuestra eterna gratitud. Fin de texto. Enviar a todos los usuarios del bando de Héroe”.

―Ya está hecho― murmuré, mirando su figura tendida en la cama con preocupación y luego volviendo a la partida―. Ahora a esperar a ver si alguien se presta.

Para mi enorme sorpresa la respuesta me llegó a los pocos segundos. El timbre de entrada sonó como música celestial. El mensaje era claro y conciso:

“Yo rescataré a tu chica. Firmado: el Autarka”.


Libro de Hob

Entrada del 27.04.1378. Era de La Bestia.

Mi suerte truncada por un Autarka

Quiero dejar constancia en este Post de la tremenda injusticia de la que sido objeto. Al margen de esta queja pienso trasladar mi indignación a los miembros del Consejo de Directivos de la empresa Media Games, de la que mi tío forma parte como uno de sus fundadores. Esto es un atropello que no se debe consentir y quiero hacerlo patente para escarnio del personaje que me ha ocasionado semejante afrenta.

Soy Roddor, hermano menor del poderoso Zashkrod, Jefe de Nido Rexrod, hijo de Rodent, creador del Rodensis Rex o como muchos lo conocen, del Dinorodent, una maquina de aplastar jugadores sin misericordia. Me establecí en el nacimiento del Medíter, en las estribaciones de los Montes del Marrak, cerca del núcleo sapiens de Pitya, a orillas de dicho río.

Es un nido menor que lucha por labrarse un futuro en medio de las hordas Bestiae que atestan el centro de Euráfrika. Además de los sapiens, nos vemos amenazados por los antrópodos de ArHell, una plaga inconmensurable siempre sedienta de la sangre Rodentsis, y por WinsTroll, un despiadado señor Trollensis, dueño del Marrak, quien se dedica a la ganadería de Megarácnidos de combate para la venta a otros postores.

WinsTroll es nuestro mayor enemigo, aunque es bien cierto que no le tememos, nosotros somos descendientes directos de Rodent, uno de los discípulos metamorfos de Bahal, quien dio origen a las Razas Bestiales, de las que los Rodentsis somos Bestiae

originales. No como los antrópodos, que fueron creados por medio de experimentos con Magia. ¡Nosotros nacemos de Bestiae!

Ese abyecto Trollensis ejerce el terror sobre sus hermanos Bestiae sin la menor piedad, nos impone un impuesto por permitirnos vivir en sus montañas y cuando a él le place nos envía sus ejércitos de Magarácnidos para llenarse la tripa con nuestra carne. Todos los Bestiae nos odian más que los sapiens y siempre tratan de quitarnos de en medio para ser ellos los enteros dueños de Nueva Pangea. Pero eso nunca lo conseguirán porque nosotros, los Rodentsis, contamos con los recursos que ellos envidian y desean: tenemos en nuestro poder numerosos depósitos de Magia que extraemos de las profundidades de la tierra, donde ellos no pueden llegar. Es por eso que les conviene ser amables con nosotros y respetar nuestro justo puesto en la cima de nuestra especie si desean que comerciemos con ellos nuestra preciada Magia.

Yo, que he heredado la inteligencia de la estirpe de Rexrod, he sido llamado a realizar grandes gestas entre los míos y a liderar nuestra raza. Por el momento soy el Jefe de Nido Roddor; algún día ocuparé el puesto inmerecido de mi hermano de camada, Zashkrod, quien solo tuvo el acierto de nacer primero, y saldré de esta pocilga en la estoy obligado a recluirme para huir de sus celos insanos.

Manejo con extrema brillantez los asuntos del nido y lo mantengo a salvo de la voracidad insaciable del Trollensis y de la insidia del metamofo Hafar de ArHell. He conseguido mediante ingeniosas tretas que los sapiens no sepan de nuestra existencia; que seamos poco más que un rumor, una leyenda para asustar a sus cachorros.

Con la ayuda de los Talpis hemos excavado túneles bajo sus ciudades, nos hemos acercado a sus casas, acechamos en las galerías que ellos consideran sagradas, siempre al acecho de los incautos y los curiosos que se adentran en ellas. De vez en cuando tenemos suerte y capturamos un sapiens, el cual se lo entregamos a WinsTroll el Irascible para aplacar su genio y atraerlo a nuestra causa. Así logramos que nos deje vivir sin temor, aunque odiamos tener que pagarle tributos por ello. Si lograra agradarle lo suficiente para que me apoyara en mis planes de conquista con su ejército de Megarácnidos, le arrebataría el nido a ese cretino de Zashkrod de un plumazo; yo solo no puedo enfrentarme a las bestias metamórficas que su mente perversa ha pergeñado.

Cuando mis exploradores me comunicaron la magnífica noticia de que habían capturado a una hembra sapiens en los túneles, no pude creer la suerte que había tenido. Eso solo podía ser una señal de que Rodent me consideraba su favorito. Acudí con presteza a su encuentro bajo la ciudad de Pitya, acompañado de mis orgullosos Guerreros del Nido y por supuesto de mi querida Cuca, una terrible creación que mi hermano me había regalado para la protección del nido.

Yo sé que en realidad perseguía eliminarme con ella, pero gracias a mi notable inteligencia logre domesticarla para que se convirtiera en un fiel y poderoso guardián. Estoy seguro que el tragón de WinsTroll finge simpatías hacia mí porque ha averiguado su existencia y la teme más de lo que intenta aparentar. Si alguna vez osa importunarme de nuevo, le enseñaré de lo que es capaz mi bestia metamórfica.

Exultante por la inesperada captura, envié mensajeros a las montañas para anunciarle el presente de que le íbamos a hacer honor. Le prometimos a la mascotte hembra para su disfrute personal, a sabiendas de lo preciadas que son para ellos. En principio dudé a quien obsequiarla, si a WinsTroll o a Hafar. Pero al final decidí que el Trollensis apreciaría más el generoso gesto y la muestra de amistad que le brindaba. Los antrópodos carecen por completo de sentimientos, sobre todo ese Mantis metamorfoseado, para quien no hubiera significado más que un aperitivo.

Los Trollensis, al igual que los porkomínidos y los Ogris, se complacen con su presencia, sienten una aberrante atracción hacia su belleza, una voluptuosidad nacida de

sus atavismos humanos. Eso no ocurre con los Rodentsis, nosotros estamos por encima de las impurezas del alma sapiens, somos guerreros, depredadores, las debilidades de la carne quedan muy abajo en nuestra evolución.

Yo mismo iba a hacerle el honor de la entrega en persona; era una cuestión de diplomacia, algo que sus reducidos cerebros desconocen. Entonces apareció ese maldito y nos la arrebató; ese adicto a la muerte y al dolor que se hace llamar con pomposidad el Autarka.

martes, 8 de octubre de 2013

CONTINÚA EL SERIAL DE STEED & ISHIKAWA

Hola amig@s.
 
 
Llevaba algunas semanas sin crear ninguna entrada acerca del serial de Patrick Steed y Asa Ishikawa. Anda uno liado con mil cosas y falta el tiempo. Eso sí, el serial no ha dejado de publicarse cada martes en el blog de Dlorean Ediciones y también en la página dedicada a los personajes en este mismo blog. Pero he considerado conveniente recordarlo por si alguien creía que teníamos el serial abandonado.
 
 
Es también una oportunidad para que nuevos lectores conozcan a estos dos agentes secretos de la Reina Victoria a los que tanto cariño les tengo.
 
 
 
 
Las aventuras de este sinpar dúo arrancan en La Máquina del Juicio Final.  Una novela que por si te interesa la puedes conseguir aquí. El serial que publica Dlorean arranca pocas horas después de donde nos deja la novela. Un relato en el que he tratado de hacer un homenaje a uno de los más grandes mitos de la cinematografía mundial.
 
 
No es ni mucho menos imprescindible haber leído la novela para entender el serial. Hay alguna que otra referencia a lo que sucede en ella, pero se puede leer de manera independiente. Así que eso no os corte de echarle un vistazo.
 
 


 
 
 
 
He creado una página de facebook para La Máquina del Juicio Final y otras aventuras de Patrick Steed y Asa Ishikawa. Ni qué decir tiene que estáis tod@s invitad@s a pasar por allí y si creéis que merece la pena, podéis darle al "Me gusta".
 
Trataré de ir informando de todas las novedades que se vayan produciendo en el increíble universo de Crónicas Ucrónicas, que es donde están encuadradas las aventuras de nuestros héroes.
 
Acción, aventura sin freno y lugares exóticos, vistos desde un prisma steampunk. En un peligroso juego a vida o muerte en los confines del mundo.
 
¡Pasen! ¡Pasen y vean, ladies and gentlemen!
 
 
 
 
Hasta muy pronto. 


miércoles, 2 de octubre de 2013

HoB: LA CAÍDA DEL AUTARKA (ACTO I)




Libro de Hob
Entrada del 27.04.1378. Era de La Bestia.
Vi a Theos en Selene


Estaba disfrutando de unos días de permiso tras la brillante acción que había llevado mi compañía contra el desembarco de bestias en la orilla norte del Medíter. Las bestias temen al agua, no suelen internarse en mares y ríos caudalosos, pero esa ocasión se habían hecho con una barcaza de la Marina del Primarcado y habían cruzado el Medíter cerca de su nacimiento, donde su cauce es relativamente estrecho en comparación con su curso medio, que atraviesa las tierras de Latinia y Grik. El capitán nos notificó el incidente y nos dio instrucciones de interceptarlos.


La tarea fue pan comido, la mayoría de las bestias salían mareadas de la barcaza y solo tuvimos que cazarlas una a una y volver a casa sanos y salvos. Los intentos de penetrar en la tierra sagrada de Hob son continuados, pero las fuerzas de seguridad del primarcado siempre estamos atentos y dispuestos para proteger nuestra tierra de su amenaza constante, no nos quitaran una pizca más de terreno.



Me había ido a ver a mi novia, que vivía en Pitya, ciudad a la que ambos pertenecemos. Nos conocimos antes de que yo me enrolara en la Infantería de Marina del Primarcado. Llevamos un par de años juntos; ahora soy cabo primero de la Segunda Compañía. Justine era una chica sensacional, estaba completamente enamorado de ella y de sus ocurrencias. Normalmente son ellas las que buscan un tipo gracioso, pero en este caso el soso era yo y la graciosa ella. No puedo decir aquí qué otras cosas me cautivaron.



Queríamos un poco de intimidad, por culpa de las bestias vivíamos aglutinados en ciudades fortificadas, siempre con el miedo de que nos asediasen. Por esa razón nos apartamos del bullicio del centro y nos dirigimos a una antigua ermita de las sacerdotisas de Gaia, sin salir del recinto amurallado.



Se decía que bajo la ermita se hallaban unos túneles que conducían a unas antiguas ruinas que habían pertenecido a la Primera Humanidad. Desde muy pequeño había escuchado que allí abajo se escondían tesoros magníficos y armas mágicas, pero nos tenían a todos prohibido adentranos en ellas por el peligro que suponían. También se decía que había rodents acechando en las sombras, aunque yo no me lo acababa de creer. ¿Rodents en Pitya? ¡Bah, cuentos para asustar a los niños!



Ese fue mi error.



―Elías, tengo miedo. ¿Por qué no damos la vuelta?― me hizo notar Justine.


A ella no le había parecido bien mi idea de meternos en aquellos túneles umbríos. Su mano apretaba la mía con fuerza.


―No pasará nada― la tranquilicé― solo un poco más, a ver si encontramos algo.


Estaba convencido de que en cualquier momento nos tropezaríamos con una espada forjada con Magia o con alguna moneda de oro olvidada. También, tengo que confesarlo, estaba deseoso de impresionarla, demostrándole que era lo suficientemente osado como para enfrentarme al peligro. Quería que Justine sintiera admiración por mí y no me bastaba con ser un infante de marina. Fue una temeridad que nos costó muy caro.


―¿Tú cómo crees que es la muerte?― me preguntó de improviso.


―¿Por qué piensas en eso ahora?― le dije intrigado.


―No sé, es este sitio, me da escalofríos― afirmó ella, apretando su cuerpo contra el mío. Pude sentir los latidos desbocados de su delicado corazón.


La luz de la antorcha oscilaba a causa de viento, que ulululaba de forma ominosa, deformando nuestras sombras por las paredes húmedas del túnel. Los ecos de nuestras pisadas evocaban miedos aciagos en la penumbra.


―No debes pensar ahora en la muerte, no nos pasará nada malo. Será mejor que demos la vuelta―. Pensé que ésa sería la mejor solución; podíamos quedarnos bajo el altar de la ermita, desde donde se bajaba a los ductos prohibidos. Allí estaríamos seguros y podríamos entregarnos igualmente a lo que habíamos ido a hacer. Si realmente existían esas ruinas ancestrales, no encontramos pista de su existencia, solo un silencio opresivo y estremecedor.


―Yo creo que cuando morimos vamos en verdad a Selene― siguió ella con su mórbido tema.


A mí no me gustaba hablar de la muerte. No es que tuviera miedo, simplemente prefería otros temas. 


En una ocasión soñé que veía a Theos, pero aquel sueño me pareció demasiado fantástico como para comentarlo con mis amigos. Dudé unos instantes si contárselo a ella o no. Al final me callé.


―¿Qué crees que pasa en Selene cuando morimos?― preguntó de nuevo. No sabía que le interesara tanto ese tema.


―¿Tienes miedo a la muerte?


―Sí. No. Bueno, tengo miedo a morir de modo horrible, devorada por una bestia o algo así― confesó Justine.


―Eso no va a ocurrir, yo te protegeré― le dije, sacando pecho con gallardía.


―Ya, bueno, pero, ¿Cómo crees que es la muerte? ¿Somos allí lo mismo que aquí o somos algo distinto? He visto Selene en mis sueños y no se parece en nada a este lugar.


―¿Ah, sí?― de repente sentí interés por saber si había visto lo mismo que yo―: ¿Viste a Theos, cómo era? ¿Era un chico joven y guapo como yo?


―¡No te rías! ¡Eres tonto!― y me golpeó afectuosamente en el brazo. Yo le di un beso.


―No bromeo. Te juro que una vez vi a Theos en mis sueños. Lo que pasa es que no era como esperaba.


―¿Y cómo lo esperabas?


―No sé, imaginaba que sería un hombre alto, vestido con túnica blanca y de aspecto venerable. Lo que vi me desconcertó y no le di más importancia: era un hombre sentado en una mesa, le faltaba un brazo y desde su sitio estaba observando lo que sucede en Hob a través de una extraña ventana que manipulaba con la mano sana. Podía mirar de un lugar a otro con solo un gesto, era increíble, cuando hablaba los mortales cumplían su voluntad; por eso imaginé que era Theos.


Justine se sobresaltó de repente.


―¿Qué ha sido eso?― inquirió con el tono ribeteado de pánico. Giró la cabeza hacia una bifurcación que habíamos dejado a tras.


―No ha sido nada. Ya te dije que era mejor no hablar de estas cosas.


―Ya está; ha sido mi imaginación.


―No nos entretengamos― la urgí. De pronto yo también había percibido algo por el rabillo del ojo.


―Pues yo una vez vi Selene. Era una gran ciudad llena de personas. No había bestias. Era un lugar maravilloso, los edificios eran muy altos, de cristal, y la gente se desplazaba en carros flotantes que rugían como los motores de Magia Negra que utilizáis vosotros.


―¿Y por qué estás tan segura de que eso es Selene? ¿No podría ser producto de tu imaginación al mezclar lo que has oído de la Primera Humanidad? Ellos también vivían en torres metálicas.


―No, estoy bien segura de lo que digo. Las personas hablaban de Hob, decían que era un lugar infernal, donde la gente enloquecía. ¿Cómo te explicas eso? Selene era una mujer como yo, pero con otro aspecto; estaba reunida con Theos y juntos decidían qué almas se llevarían consigo a Hob. No puede ser mi imaginación.


De pronto escuchamos un ruido. Justine dio un respingo.


―No me gusta este lugar― susurró con miedo evidente.


Desenfundé mi espada para calmarla.


―Yo te protegeré.


Apresuramos el paso. Nos habíamos adentrado demasiado, ahora me daba cuenta. Un sonido como de suaves pisadas nos siguió de lejos. No eran imaginaciones.


―Si nos matan aquí, iremos a Selene, no debes preocuparte, Theos nos acogerá en su seno― aseveró Justine, convencida. No había un deje de temor en su voz.


―Yo preferiría que no fuera así― contesté, poniendo mis músculos en tensión y aferrando con decisión la espada, presto para blandirla.


―Estaremos juntos de todas maneras, aquello no está tan mal. Al menos no hay bestias y la gente parece feliz...


Su frase se interrumpió cuando unos ojos rojos relucieron delante de nosotros. Tres pares de ojos malignos. Escuchamos un siseo escalofriante.


―¡Mierda!― blasfemé―. ¡Por aquí!


Y cambiamos el rumbo.


Más ojillos relucientes aparecieron, cortándonos el paso. La luz de la antorcha reveló media docena de figuras contrahechas, recubiertas de pelo; algunas iban toscamente pertrechadas. Sus colmillos reflejaron la luz. ¡Rodents! ¡La leyenda era cierta!


―Toma, sujétala― le entregué la antorcha y me puse delante de ella para enfrentarme a aquellas bestias repugnantes. Nos habían rodeado, cientos de diminutos ojos con escrutaban con brillo malvado. Sus chillidos nos taladraron los oídos―. ¡No os temo!


Y me abalancé sobre ellos, trazando un amplio círculo con mi acero. Iban a probar lo amarga que era su mordedura. Escuché un espantoso crujir de huesos; dos de ellos cayeron con sus frágiles costillas abiertas. En el arco de vuelta, cayeron dos más; eran trigo maduro para mi espada.


―¡Ilumíname!― clamé por encima del griterío ensordecedor de los rodents, que estaban estrechando el círculo.


A la tenue lumbre de la antorcha discerní decenas de cuerpos peludos, con cara de rata, que se abatían sobre mí mostrando garras y colmillos. Sentí la carne sajarse, la sangre brotar. Pero aquello no me amilanó, la furia acudió a mí. Volví a golpear salvajemente con mi arma, hendiendo sus repugnantes cuerpecillos.


Justine emitió un grito de espanto cuando las bestias se acercaron a la luz. Una de ellas la sujetó y la antorcha rodó por el suelo. En ese instante la oscuridad me cegó, dejándome a expensas de los rodents. Justine no paraba de chillar, angustiada. Su voz se alejaba.


―¡Elías, socorro, sálvame!


... CONTINUARÁ